Desde que mi amiga Miriam, que reside en el país de los tulipanes, me dijo que ya había leído la sexta entrega del Departamento Q, maldije a Maeva por su tardanza en publicar "Sin límites" en España. Pero, por fin, aquí está. Recién salida del horno editorial. Leída en un abrir y cerrar de ojos. Adictiva a más no poder. Volver con Carl, Assad y Rose al departamento Q y dejarte llevar.
Y te dejas, claro que te dejas. Te dejas las pestañas porque no quieres perder tiempo durmiendo para saber qué pasa después. Y qué ha pasado antes.
Todo comienza con la llamada de un policía a punto de retirarse, obsesionado con un caso ocurrido veinte años atrás, en el que una muchacha había muerto atropellada en lo que parecía un accidente. Pero este policía no ceja en su empeño de continuar investigando, pues le parece poco probable que aquello sea un accidente. Este policía llama al departamento Q para encargarles la investigación del caso, y se suicida el mismo día de su jubilación, en la fiesta preparada para él, de un tiro en la cabeza. Así que Carl, Rose y Assad no tienen más remedio que investigar el caso.
En paralelo se nos cuenta la historia de Atu y Mirja, dos aprovechados, creadores de una especie de religión-secta-filosofía sobre el sol y la luz y una mezcla un poco de todo. Atu es el gurú y Mirja su mano derecha. Mirja aspira a algo más desde hace años, pero no paran de aparecer tías buenas por el poblado que han creado en su secta, que le levantan a Atu todas las veces. Mirja no parece tener escrúpulos, ni a la hora de atender el teléfono de atención al desamparado de la secta (un 905 de los que te cobran una pasta) ni a la hora de quitarse del medio a las amiguitas de Atu.
Y, a medida que avanzan ambas historias, se comienzan a entrelazar. O lo parece. Porque, con el departamento Q, cualquier giro de la historia es posible. Carl, Rose y Assad se hacen un máster acelerado en terapias naturales, sectas, hipnosis, religiones alternativas y cultos extraños y comienzan a hilar pistas desperdigadas e inconexas hasta esos momentos.
El final, trepidante, te deja, como siempre, con ganas de empezar a leer la siguiente novela del departamento Q. Habrá que tener paciencia.
Y te dejas, claro que te dejas. Te dejas las pestañas porque no quieres perder tiempo durmiendo para saber qué pasa después. Y qué ha pasado antes.
Todo comienza con la llamada de un policía a punto de retirarse, obsesionado con un caso ocurrido veinte años atrás, en el que una muchacha había muerto atropellada en lo que parecía un accidente. Pero este policía no ceja en su empeño de continuar investigando, pues le parece poco probable que aquello sea un accidente. Este policía llama al departamento Q para encargarles la investigación del caso, y se suicida el mismo día de su jubilación, en la fiesta preparada para él, de un tiro en la cabeza. Así que Carl, Rose y Assad no tienen más remedio que investigar el caso.
En paralelo se nos cuenta la historia de Atu y Mirja, dos aprovechados, creadores de una especie de religión-secta-filosofía sobre el sol y la luz y una mezcla un poco de todo. Atu es el gurú y Mirja su mano derecha. Mirja aspira a algo más desde hace años, pero no paran de aparecer tías buenas por el poblado que han creado en su secta, que le levantan a Atu todas las veces. Mirja no parece tener escrúpulos, ni a la hora de atender el teléfono de atención al desamparado de la secta (un 905 de los que te cobran una pasta) ni a la hora de quitarse del medio a las amiguitas de Atu.
Y, a medida que avanzan ambas historias, se comienzan a entrelazar. O lo parece. Porque, con el departamento Q, cualquier giro de la historia es posible. Carl, Rose y Assad se hacen un máster acelerado en terapias naturales, sectas, hipnosis, religiones alternativas y cultos extraños y comienzan a hilar pistas desperdigadas e inconexas hasta esos momentos.
El final, trepidante, te deja, como siempre, con ganas de empezar a leer la siguiente novela del departamento Q. Habrá que tener paciencia.
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