En lo más profundo del profundo sur de los Estados Unidos de América transcurre la acción de esta novela. El día que Semon Dye aparece con su coche por la granja de Clay Hoorey para quedarse y predicar el domingo siguiente en la escuela de Rocky Comfort sabemos que esa llegada traerá problemas. Porque Semon será predicador, pero tiene una pinta de aprovechado, parlanchín y jeta que no se puede aguantar. Persigue a las negras de la granja, se aprovecha de la mujer de Clay, bebe como un cosaco y juega como un tahúr. Y Clay, que es un paleto con máster en paletitud, cae una y otra vez ante este hombre. Clay es de colleja permanente, la verdad. Y Semon es como para ahorcarlo en un momento de despiste.
El capítulo en el que Semon predica en la escuela y cómo consigue que todos excepto una mujer "vean la luz" es completamente hilarante. Ese éxtasis fingido por todos, ese revolcarse por el suelo por el qué dirán... Lo pienso ahora y debía ser duro vivir en esa época, en medio del campo, con una sociedad puritana y falsa que permitía a gente como Clay tener cuatro esposas como si nada, la última de ellas menor de edad, o follarse alas negras como si fueran carne fresca, y luego ir a la iglesia y "ver la luz" para que el vecino no te critique por no verla.
En fin, es un libro distinto a lo que he leído hasta ahora. Como mujer del siglo XXI Semon Dye me pone de mala leche y Clay me parece retrasado mental. Y el papel de la religión en esta novela no deja a la religión en un buen sitio, la verdad.
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