Magnífica.
Dos historias que giran en espiral. Una, la de Eva Holman, va haciéndose cada vez más pequeña a medida que nos adentramos en la trama. La otra, la de Leva, va de menos a más. Las de ambos, unidas por la tierra que pisan, la de un pueblo extremeño.
Eva Holman vive retirada en ese pueblo con su marido Iosif, postrado y minusválido. Allí llegaron cuando su país anexionó España al gran imperio al que pertenecen, tras haber pacificado la zona. Son ajenos a la realidad de ese pueblo, de sus gentes. Son los vencedores, la fuerza ocupante. Con sus privilegios y sus derechos ganados por la fuerza de las armas. Eva nunca se ha preguntado nada sobre ese pueblo y esa comarca. Es una privilegiada.
Pero un día aparece en sus tierras un hombre. Un hombre que no dice nada, que no hace nada, pero que tampoco se achanta cuando ella trata de echarlo escopeta al hombro. Del que no sabe su nombre, ni de dónde viene, ni de dónde ha salido.
Poco a poco, a base de gran esfuerzo, Eva va averiguando cosas de ese hombre que ocupa su huerta, y que no parece estar interesado en nada. Tener a ese hombre en su terreno sin denunciarlo es un delito, y ella lo sabe. Pero Eva no lo denuncia porque quiere saber la historia que hay detrás de él, y asume el riesgo de que las habladurías del pueblo lleguen hasta el cónsul y la despojen de sus bienes por no denunciar.
Y la historia de Leva se va desgranando en todo su dolor, en toda su crueldad, en todo su sufrimiento. Una historia atroz que nos remite a los campos de trabajo nazis (aunque no son nazis, se trata de un imperio ficticio inventado para la ocasión), a los esclavos del siglo XX. Y a medida que vamos conociendo la historia de Leva, la de Eva se va diluyendo hasta llegar al final.
Es una novela durísima. No tanto, tal vez, como "Intemperie", pero casi. Una novela imprescindible.
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