Una mujer aparece muerta en su bungalow junto al lago. Karen, su amiga, la descubre colgando de una viga. Todo indica que se trata de un suicidio, pero Karen no lo cree así e insta a Erlendur a que investigue qué es lo que ha podido suceder. Y le pone tras la pista de un médium al que María, su amiga, había consultado en su momento, buscando encontrar en el más allá las respuestas que su madre, recientemente fallecida, no le había dado.
Erlendur, como ya sabemos, está obsesionado con los casos de desapariciones antiguas. A la vez que trata de averiguar si hay algo de cierto en lo que Karen le dice, algunos hilos le llevan a las desapariciones de un chico y una chica sucedidas con unas semanas de diferencia varios años atrás. Erlendur vive traumatizado por la pérdida de su hermano en una tormenta de nieve cuando ambos eran pequeños, y los casos de personas desaparecidas siempre le llaman la atención. Además debe batallar con su hija Eva Lind, que se empeña en que sus padres se reconcilien a pesar de que se divorciaron varios años atrás.
La historia de Maria y de su madre Leonóra se va desgranando a lo largo de todo el libro, de cómo se vieron afectadas por la muerte del padre de Maria en un accidente en una barca y de cómo se protegieron la una a la otra mientras estuvieron juntas.
También se habla de la hipotermia y de cómo se utiliza en ocasiones para proteger los órganos vitales en caso de heridas graves, o de la muerte inducida por frío y la posterior resurrección, como se cuenta también en Atomka, de Frank Thilliez.
Como todas las historias protagonizadas por Erlendur, tiene un poso de tristeza y de fatalidad. Pero es una gran novela bien resuelta, aunque la resolución no sea, tal vez, la que habríamos imaginado.
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