Isabel Allende cada vez se parece más a sí misma. Si en "El juego de Ripper" trató de cambiar el chip y no le salió bien, en "El amante japonés" vuelve a sus relatos y aburre a las ovejas (y a mí). De toda la historia entre Ichimei y Alma no hay nada que se salve. La historia de Irina es deslavazada. Seth, el nieto de Alma, tiene un punto machista que no me gusta. De toda la historia, lo único que me ha parecido interesante, porque lo desconocía (la historia de los Estados Unidos está llena de cosas que desconozco), ha sido la parte en la que cuenta la creación de los campos de concentración al comenzar la segunda guerra mundial para meter a los japoneses que vivían en EE.UU. Allí fueron recluidos hombres, mujeres y niños japoneses de primera y segunda generación en el país; sus posesiones (tierras, casas) fueron requisadas, las cartas que escribían fueron censuradas, así como el aprendizaje de las artes marciales dentro de los campos. Aparte de que las leyes de segregación racial les impedían casarse con blancos (no sólo los negros estaban discriminados).
No sé si es que ya se repite como el ajo, o es que sus primeros libros fueron la novedad y tenían otro aire. Pero desde luego éste es para mí prescindible. (Me pasó también con "Vivir para contarla" de García Márquez: era como si hubiera hecho un refrito con todo lo anterior, pero de peor calidad)
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