Göran es un tipo cincuentón, normal y corriente, apoltronado, divorciado, acomodado en su vida fácil. No ha superado su divorcio y es un poco cansino con el tema, a pesar de que hace ya tiempo que sucedió. Para colmo de sus males, le despiden del trabajo por vago. Así que decide hundirse en su mierda y regodearse en ello.
Pero un amigo, guía de una agencia de viajes, le propone que vaya a la India con él. Göran acepta a regañadientes y, como no puede ser menos, pasa por todos los males de cualquier viajero en la India, especialmente por una gastroenteritis que le aparta del grupo y le deja tirado en la cama de un hotelucho barato. Allí manda su amigo el guía a Yogi, un comerciante de textiles, que se hace cargo de Göran como si fuera su hermano pequeño y le introduce en la verdadera India. Para empezar, se lo lleva a su casa, donde vive con su anciana madre a todo tren. Y, un día, le lleva a hacerse la manicura y es ahí donde Göran se enamora de una mujer india, casada y de alta sociedad, Preeti.
Lo mejor de todo el libro son las parrafadas sobre los dioses hindúes que se pega Yogi a veces, los relatos de cómo es la burocracia en el país, el tráfico, la vida social. La historia de Göran sólo interesa desde que conoce a Yogi, en realidad. Porque mientras no le ha conocido, es de colleja continua. Y bueno, flota en el libro una tendencia al buen rollo y al happy flower muy guay, pero me ha costado un poco leerlo. Al principio porque no pasaba nada. Y luego porque lo que pasa tampoco es apasionante. Está bien para desengrasar entre novela negra y novela negra, por ejemplo. O si necesitas algo sin demasiada sustancia para despejar tu mente.
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