John Rebus es un policía alcohólico y fumador empedernido. No es nada apetecible, no te atrae en absoluto. Aunque algo de sex-appeal debe de tener porque acaba ligando.
Rebus vive en Edimburgo, donde empiezan a desaparecer niñas que aparecen posteriormente muertas, sin más. Ni abusos sexuales, ni palizas. Al mismo tiempo empieza a recibir cartas con nuditos o con cruces hechas de cosas variadas.
Rebus además esconde una parte de su vida anterior que se resiste a salir de su subconsciente: la época en que fue entrenado para las fuerzas especiales del ejército. Además tiene un hermano que practica la hipnosis en los teatros y que, en sus ratos libres, se entretiene en trapichear con droga. La ex-mujer está liada con un compañero de Rebus y la hija es su ojito derecho, el amor de su vida. Pero como familia no es una familia muy estructurada que digamos.
La investigación transcurre a trompicones, pues es anterior al uso masivo de ordenadores, antes de la existencia de los móviles, en fin, en el pleistoceno superior prácticamente. Filtrar miles de llamadas con supuestas pistas es uno de esos trabajos tan bonitos y que tanto hacen por superarte en tu profesión.
Pero cuando la hija de Rebus es secuestrada, las cosas se precipitan y su subconsciente ha de aflorar para poder encontrarla.
La novela no está mal, pero choca tanto la falta de medios a los que estamos acostumbrados en esta época en que todos llevamos un csi dentro y un smartphone en el bolsillo... que se hace un poco pesada hasta que se empieza a precipitar la acción. Trataré de darle una segunda oportunidad a la serie de Rebus, cuando tenga rato.
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