11 de julio de 2013

Studio Sex - Liza Marklund


Studio Sex es un programa de radio. También es el nombre de un tugurio en Estocolmo, a medio camino entre un local de  striptease de Las Vegas y un puticlub. Allí trabajan Josephin y Patricia. Pero Josephin aparece muerta una mañana, desnuda y tirada en el cementerio judío. La policía se pone a investigar y los periodistas también. Annika Bergtzon es una becaria de un periódico que se lanza a la investigación de este asesinato en plancha, pues se juega mantener el puesto al finalizar el periodo de beca. A base de ser pesada consigue cierta información importante gracias a una vecina de la fallecida y a un policía llamado Q. Se hace amiga de Patricia, con la que Josephin compartía piso, y descubre que la asesinada tenía un novio, Joachim, dueño del garito donde trabajaban, que no parece ser el yerno que toda suegra ansiaría. 

Annika es de un pueblo perdido de Suecia y tiene un novio que se llama Sven que está deseando que se vuelva para el pueblo. Ella va cuando puede, pero no parece tener ganas de quedarse allí a vivir: la única relación buena con su familia es con su abuela, que vive en verano en una cabaña perdida en el bosque, y con su gato Whiskas. 

El caso de Josephin se complica cuando el ministro de Comercio Exterior confiesa ser el asesino de la muchacha, pero Annika no se lo acaba de creer, convencida como está de que el asesino es Joachim, que tiene un perfil de maltratador que echa para atrás. 

Cada capítulo comienza con un fragmento de lo que parece ser un diario de una muchacha, no se sabe quién, que relata su relación con su pareja, un hombre encantador al principio, que va minando la autoestima de la chica en un claro perfil ascendente, hasta que casi la mata. Este hombre encantador, igual que el de Marian Keyes, no lo es en absoluto, y crea un desasosiego tremendo a lo largo de la novela. Y cuando se descubre quién es (lo vas sospechando) y se llega a ese desenlace, el nudo se te deshace en el pecho. 

Está bastante bien. Pero casi, casi, lo que más me ha gustado, ahora que los políticos están "debatiendo" sobre la ley de transparencia (jajaja) es descubrir que en Suecia cualquier ciudadano, sin necesidad de identificarse, puede solicitar copias de las facturas de gastos de todos los miembros del gobierno y de todos los organismos estatales y saber si se lo gastan en putas o en peluquería. ¿Os imagináis algo así aquí? ¡Los periódicos no tendrían suficiente papel para contarlo todo! 


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