Victoria Jones se despierta el día en que cumple (supuestamente, pues su fecha de nacimiento es incierta) dieciocho años sabiendo que deberá abandonar la casa de acogida en la que reside. Su vida a partir de ahora depende exclusivamente de ella. Meredith, la asistente social que se encarga de su caso, la traslada a la Casa de la Misericordia, una especie de hogar para gente en su misma situación, sólo que ha de pagar mensualmente un alquiler. Cuando acaba el periodo que le han abonado, Victoria se queda en la calle, como una indigente. Pero tiene una cualidad peculiar: conoce el lenguaje de las flores, lo que cada una de ellas significa. Entonces trata de encontrar trabajo en una floristería, y tras ser rechazada a la primera, es admitida cuando vuelve con un ramo primorosamente creado.
Victoria ha sido una niña dada una y mil veces en acogimiento preadoptivo y tratada malamente por sus acogedores. Ya sea por la poca empatía de los adoptantes o porque la niña es bastante arisca, siempre es devuelta. Pero un día, cuando tiene diez años, es dada en acogimiento a Elizabeth, una mujer que vive en un viñedo y que la trata como nunca la habían tratado. A pesar de los esfuerzos de Victoria por ser devuelta, acaba queriendo a Elizabeth y se acaban compenetrando a la perfección.
La historia de Victoria va y viene del pasado al presente, en el que de pronto se encuentra al sobrino de Elizabeth, Grant, y todos sus miedos reaparecen.
Me ha gustado mucho, mucho, especialmente la parte en la que conoce a Elizabeth y se debate entre volver a lo conocido (las casas de acogida) o quedarse con esa mujer firme pero cariñosa. Y además, la intriga de saber qué fue lo que pasó entre ellas para que finalmente Victoria volviese a la casa de acogida, hace que continúes leyendo sin parar.
Vanessa Diffenbaugh tiene experiencia en el cuidado de niños de acogida, y llegó a adoptar a dos de los que pasaron por su casa. Tal vez por eso esa parte de la historia cuando Elizabeth y Victoria conviven es tan creíble.
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