Tanto leer sobre este libro, ya estaba intrigada. Y me he quedado de un chofff... Pero no porque el libro sea malo, ojo, sino porque la historia, que es muy personal, me ha llevado a momentos pasados en mi vida.
Cuenta la historia de un hombre que se da cuenta de que su vida se plantea en apenas 445 metros cuadrados: su casa, su oficina, el trastero, poco más. Que su vida familiar se ha reducido a ver a su mujer y a su hijo un ratito por la mañana y un ratito al acostarse, y que los fines de semana son iguales uno tras otro. Y decide dar un giro a esa vida anodina que lleva, pero las cosas no le salen del todo bien.
Mientras tanto, contemplamos esa vida anodina, en la que la vida de pareja se reduce a compartir una cama sólo para dormir, a dar un beso a tu pareja al llegar a casa como se besa a un desconocido, a no interesarse por el otro, por su día, en no comunicarse, en definitiva, con la persona con la que compartes toda tu vida.
Es triste. Yo me he sentido muy reflejada con esa tristeza de no compartir, de no hablar, de besar al aire, de dormir en la misma cama sin tocar al otro. La vida no tiene por qué ser así.
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