30 de diciembre de 2009

Historia de dos ciudades - Charles Dickens



Esta novela está ambientada entre Londres y París en plena época de la toma de la Bastilla. Cuenta la historia del Doctor Manette, encarcelado injustamente en la época pre-revolucionaria, su liberación y el reencuentro con su hija Lucie, el amor de ésta por Darnay y la vuelta de todos a Francia, donde se ven envueltos en los tumultos de la revolución.
Dickens hace una acerada crítica de ambas sociedades: la inglesa con sus aristócratas y sus jueces engolados, y la francesa revolucionaria, donde todo vale para denunciar al vecino y donde se guillotina al personal por un quítame allá esas pajas.

Me llamaron la atención varios párrafos:

"-¿Y qué viene ahora?
- El caso de traición

- Entonces habrá descuartizamiento ¿no? 
- ¡Sí! - dijo el hombre, con cierta satisfacción-. Lo sacarán sobre un serón y entonces lo medio ahorcarán. Luego lo bajarán y lo cortarán en trozos delante de sus propios ojos y, entonces, le sacarán las vísceras y las quemarán mientras él sigue mirando, y al final lo decapitarán y lo cortarán en cuartos. Así es la sentencia.
- Supongo que sólo si lo encuentran culpable -añadió Jerry, a modo de precisión."

Aparte de la improbabilidad de que un hombre siga mirando mientras le sacan las vísceras después de haberle cortado en trozos, si lo extrapolamos a la sociedad actual ¿no se parece mucho a lo que se hace con cualquier persona acusada y no juzgada que sale en los medios? ¿No se les medio ahorca y se les medio quema sin esperar a que un juez dictamine su culpabilidad?

Otro:

"...hubiese resultado difícil encontrar entre los ángeles de aquella esfera una sola esposa cuyo aspecto y modales delataran su condición de madre. Pues, aparte del mero hecho de traer una molesta criatura al mundo -que es lo mínimo para definir el concepto de madre-, lo que se llevaba era fingir que dicho estado no existía. Las mujeres campesinas cuidaban y criaban a los bebés, totalmente pasados de moda, mientras que encantadoras abuelitas de sesenta años vestían y cenaban como si tuvieran veinte años."

¿No os recuerda a alguna famosa?¿No os trae a la memoria a todas esas mujeres que salen en las revistas, recién paridas y con un tipazo de chapa y pintura? Me imagino que en la época de Dickens se solucionaría con corsés y fajas de ballena, pero qué triste es ver que apenas hemos adelantado nada...

Y la última. Aclaro que Monseñor pertenecía a la aristocracia francesa y se encontraba exiliado en Londres tras la revolución:

"Era costumbre frecuente de Monseñor, y parte de sus miserias como refugiado, así como de la ortodoxia propia de los ingleses, hablar de aquella terrible revolución como si se tratara de la única cosecha conocida bajo los cielos no sembrada previamente, como si no se hubiese contribuido a ella, o como si los observadores de los empobrecidos millones de franceses, y del mal uso y explotación de los recursos que podrían haberles dado la prosperidad, no la hubiesen previsto muchos años antes, y no hubieran expresado, en palabras claras y explícitas, lo que habían visto"

En estos tiempos de crisis, este párrafo de Dickens parece escrito hoy mismo...

3 comentarios:

lammermoor dijo...

Hola, me ha gustado muchísimo la forma en que has hablado de esta novela. Tengo a Dickens en mi plan infinito desde que leí El señor Pip, de LLoyd Jones (te lo recomiendo)
Y dándole un pequeño giro a la conversación, vienes a confirmar lo que cada día digo y subrayo: los clásicos son treméndamente actuales. Acabo de terminar Las Uvas de la ira y refleja exactamente la situación actual.


(Ya me lancé y mi comentario debe ser más largo que tu entrada. Tengo pendiente mi "aportación" a Carta Blanca)
¡Feliz Año!

Sol dijo...

Uf, sí, yo lo leí cuando todavía estábamos en vacas gordas y me pareció tremendo. Así que si lo leo ahora lo encontraría de lo más adecuado para los tiempos que corren. Y de "Las uvas de la ira" a una nueva revolución francesa puede ir un paso ¿no?
Feliz Año

Montse dijo...

Pues sí, por desgracia parece que la historia no nos sirve para aprender de nuestros errores. Parece que la estrechez de miras no nos va a abandonar nunca.