31 de octubre de 2016

Pensión Leonardo - Rosa Ribas


Eulalia, una niña de doce años que vive en la pensión que sus padres regentan en Barcelona, nos cuenta la vida desde su perspectiva infantil. Siempre pendiente de los clientes que vienen y van, siempre preocupada cuando una habitación se queda vacía, Eulalia vive en la Barcelona de los sesenta, ajena a preocupaciones políticas (o no del todo) y más atenta a conocer la historia de sus abuelos, historia que sus padres le niegan. 

La vida de Eulalia está bastante lejos de la de una niña de doce años de hoy en día. Los tebeos, la radio, las compras, las conversaciones entre adultos, todo es completamente distinto ahora. Eulalia vive angustiada por la falta de clientes, por las historias truculentas sobre la santa de la que lleva el nombre, por la vergüenza que pasa su mejor amigo, Amador, cada vez que él se mea en la cama y su madre airea la sábana manchada... la vida no es fácil para un niño en esa época. En la escuela, el nacional-catolicismo la persigue hasta obligarla a hacer la comunión. Y es fuente de reflexiones:
En la escuela separaban a las niñas de los niños. En la calle jugábamos todos mezclados y allí, donde nos tenían encajonados en los pupitres y vigilados por los maestros y los ojos de Franco y José Antonio flanqueando un crucifijo, nos segregaban. Porque tenían que contarnos historias diferentes. A los chicos les hablaban de heroísmo, de hazañas guerreras, con frases altisonantes no exentas de cierta chulería. A nosotras, de sacrificios sumisos, de obediencia, de oraciones. Ellos también tenían oraciones, pero las nuestras eran oraciones subordinadas, nosotras éramos oraciones subordinadas. Ellos tuvieron más suerte porque en lo que les contaban había aventuras y acción. La única historia de acción que teníamos nosotras era la de Agustina de Aragón dando cañonazos a los invasores franceses, que, como además era barcelonesa, servía doblemente de modelo para defender la unidad de la patria frente al enemigo extranjero y de ejemplo de los pocos casos en los que las niñas debíamos mostrarnos valientes y arrojadas: cuando al llevarle la fiambrera a nuestro marido, lo descubriéramos en una situación de peligro.
Pero en la familia de Eulalia hay un secreto muy bien guardado que se irá desvelando poco a poco a lo largo de la segunda mitad de la historia. Porque Eulalia tiene unos abuelos a los que nunca ha conocido y de los que no sabe nada, y será ese abuelo desconocido el que aparezca un día y de un giro a su vida.

Me ha parecido una historia magnífica, que no deja cabos sueltos, que no se hace larga y que tiene un trasfondo interesante y con un punto de vista, el de una niña, también interesante. Recomendable cien por cien.

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