14 de junio de 2016

Matar y guardar la ropa - Carlos Salem


Juanito Pérez Pérez es un tipo anodino, normal y corriente. O eso parece. Porque tras la fachada de persona que no llama la atención se esconde un asesino a sueldo con quince muertos a sus espaldas. Número Tres es su apodo de guerra, por el que es conocido en La Empresa, para quien trabaja. Es de los mejores.

Juan se va de vacaciones con sus hijos por primera vez desde su separación. De camino a la playa recibe un encargo que le cambia las vacaciones: deberá ir a un cámping nudista a vigilar la próxima "entrega". Los datos que le dan le llaman la atención: la matrícula del coche de la persona que tiene que vigilar coincide con la del coche de su exmujer. Y allí, en el cámping, se la encuentra. A ella y al juez estrella del momento, Beltrán. Todos en pelotas. Pero no está su coche, que ha sido vendido. Poco después, Juan encuentra en el mismo cámping a Tony, su amigo de la infancia, al que un tiro de la pistola de aire comprimido de Juan le dejó ciego, y otro tiro, años después, le hizo perder una pierna. Tony resulta ser el nuevo dueño del coche de su exmujer y Juan, entrenado para oler el peligro, ve extrañas tantas coincidencias. Pero, al mismo tiempo, una de las monitoras del cámping, Yolanda, se encapricha de Juan y se entretienen en follar, lo que hace que Juanito no esté tan centrado como debe. Cuando encuentra al Número Trece en el cámping, uno de sus compañeros en la Empresa, y a continuación le llaman para decirle que se aborta la misión, Juanito empieza a pensar que tal vez el objetivo es él y empieza a emparanoiarse.
El hecho de que todo (o casi todo) transcurra en un cámping nudista lleva a momentos absurdos e hilarantes, que restan tensión al momento que vive Juan y nos permiten relajarnos de la trama en sí. Porque el libro está la mar de bien y la trama se va trenzando con la historia personal de Juan y la del antiguo Número Tres. Quizás el final es demasiado redondo, almibarado, no sé. Es poco ácido para lo que leemos en el resto del libro. Pero en general está bien. Novela policíaca en un entorno nudista, hagamos unas risas.

8 de junio de 2016

La analfabeta que era un genio de los números - Jonas Jonasson

Nombeko es una niña que vive en Soweto. Trabaja vaciando las letrinas del gueto. Es analfabeta, o eso parece. Porque Nombeko sabe hacer cálculo mental más deprisa que una calculadora y es más lista que el hambre, así que aprende a leer enseguida, y lee todo lo que pilla, cosa nada fácil cuando eres mujer, negra y vives en la Sudáfrica del apartheid. Por azares del destino, Nombeko consigue hacerse con unos diamantes y decide largarse de Soweto y llegar a Johanesburgo, con el fin de leer todo lo que haya en la biblioteca. Pero por el camino es atropellada por un tipo borracho y condenada en un juicio absurdo a trabajar para él durante siete años. El tipo resulta ser ingeniero en el ambicioso proyecto surafricano de convertir el país en una potencia nuclear. Pero el ingeniero es un auténtico inútil y la presencia de Nombeko le facilitará mucho las cosas.

Paralelamente se nos cuenta la historia de Holger 1 y Holger 2, mellizos e hijos de un hombre sueco obsesionado con la monarquía. Primero por conocer al rey de Suecia y luego con abolir la monarquía en el país. Los Holger son particulares, porque solamente uno de ellos fue inscrito y sólo existe (a efectos oficiales) uno de ellos. Holger 1 continúa con la obsesión paterna antimonárquica mientras que Holger 2 solamente aspira a existir y poder llevar una vida normal. 

Jonasson vuelve a darnos un paseo por la historia contemporánea, desde Sudáfrica hasta China pasando por Suecia, sólo que esta vez, a mi juicio, se hace cansino en el último tercio del libro. Es todo tan absurdo y traído de los pelos, y tan lento que me ha llegado a cansar y a desear dejar el libro. A ver, el libro es divertido por lo que plantea, te hace reír a ratos, tiene ese punto absurdo que Jonasson ya explotó en El abuelo que saltó por la ventana y se largó y en conjunto no está mal. Es de fácil lectura, aprendes historia, reconoces cosas que ya has vivido... Pero al final se hace cansino. O al menos a mí me lo ha parecido.